Es miércoles, son las 9:15 am del primero de Junio. Isabel se encuentra en casa, se reportó enferma en el trabajo. La razón que la obliga a esto es que su lavadora se atascó, con la ropa dentro desde hace varios días. Ella no está dispuesta a lavarla a mano. Estuvo averiguando y finalmente ha contactado vía telefónica a un técnico muy recomendado. La voz del hombre era agradable, hoy vendrá a revisar la lavadora y sólo puede venir por la mañana.
Isabel se sienta ante su computadora con las intenciones de hacer su trabajo en casa. Hay un silencio impresionante a estas horas de la mañana. Se imagina que en su edificio ni hay niños ni amas de casa haciendo quehaceres. Probablemente todos estén trabajando durante el día. Debido al diseño de la torre de departamentos donde vive con su marido hace más de quince años, es difícil toparse con los vecinos. El vestíbulo de la entrada es bastante pequeño, los encargados de la seguridad están justo a la entrada en su pequeño centro de control. Tiene pantallas de televisores para vigilar las entradas, estacionamientos y áreas comunes. Aunque viven en una zona privilegiada la seguridad es un requisito. Se siente sóla en esta ocasión, le extraña esa sensación, quizá este cansada se dijo, la tomaré con calma. Isabel no logra concentrarse en su trabajo, el silencio la distrae, se levanta y decide prepararse un café y enciende el televisor, sólo para que haya ruido. Busca el canal deportivo, hay un partido de Básquet, lo ignora pero da la bienvenida al sonido que produce. Esta por sentarse de nuevo a trabajar y se percata de que lleva su cabello aún atado sin recibir el peinado acostumbrado, se va al tocador y suaviza su cabello y lo peina un poco, sin pensarlo mucho se da una pintadita como acostumbra hacer cada mañana cuando está a punto de irse al trabajo, se mira aprueba y se siente mejor.
Regresa con su cafecito, al lado de la computadora. Ahora sí se logra concentrar y repasa los datos, interpreta resultados y se hace preguntas, todo parece estar bien.
_Ring, ring. _suena el timbre. Seguro es el técnico, en el auricular le informan que la busca el técnico en reparaciones. Autoriza que pase al elevador, que ella llama con el botón de la entrada del mismo, en la estancia de su departamento. Ve que el elevador ha sido ocupado, mira como la luz que señala cada piso se va encendiendo; uno, dos, tres, cuatro, cinco…
Corre a apagar el televisor, pero en último momento decide subirle el volumen un poco más. Quiere que el técnico piense que su marido se encuentra en casa. Se siente insegura, se extraña ve la luz del elevador va en él: seis, siete, ocho... y ya está aquí, ese hombre extraño que en ese momento al abrirse el elevador se encuentra prácticamente en la intimidad de su casa. Se siente molesta, le dirige un saludo seco, lo pasa de inmediato a la zona de la cocina para dejarlo en el cuarto de lavado, frente a la lavadora que dejo de funcionar hacia unos días, así nadamas. El hombre se dedica a lo suyo, ella se entretiene hablando por teléfono con su secretaria, quiere ruido, quiere que el hombre no se dé cuenta de que esta sola. Pasan dos horas y ella está trabajando en su computadora, la voz del hombre la sobresalta.
--¡listo! Dice y muestra unas piezas, que se cambiaron de su lavadora.
Ella se estremece, da las gracias y pregunta el costo. Tiene prisa de deshacerse de la presencia de ese extraño en su sala.
El hombre tranquilo, hace sus cuentas, la mira, mira la estancia con detenimiento. Le indica una cantidad aceptable, ella saca el dinero de su bolso, se lo extiende, ve que su mano esta temblorosa.
El hombre saca el cambio, hace la nota, se toma su tiempo.
Isabel sabe que sus manos están sudando, camina hacia el elevador y ve que la luz de los pisos está encendida, cinco, seis, siete, y justo en su piso se abre la puerta. Ella está paralizada, su marido es el que llegó, el hombre se acerca y saluda al marido que parece estar sorprendido.
--Isabel le comenta que el técnico está por salir, que arreglo la lavadora.
El hombre parece no querer irse, empieza a hablar de cosas, esa voz la perturba, no sabe por qué.
-Justo cuando el elevador regresa a su piso, el técnico se atreve a hablar.
--¿Disculpe, acaso no es usted, Isabel Castillo?—Pregunta.
Ella palidece, ya es demasiado se dice, voltea a ver a su marido y ve de nuevo al técnico.
--Isabel, soy Pancho Gómez, fuimos vecinos y amigos en la secundaria.
__Estas igualita, el tiempo no ha pasado para ti.
--Ahora lo reconoce, es Pancho, el pretendiente eterno, el chico que la asediaba y por el cual no tuvo ningún interés.
__Los comentarios de Isabel son secos, sí, apenas sí lo recuerda. Muchas gracias.
--Ya pasaron muchos años—
--Gracias por sus servicios.
Mira a su marido y le dice el señor va de salida, y se retira con los ojos enrojecidos